EL INSÓLITO INSTRUMENTO DEL MUSEO DE MURCIA32
Perteneciente a los fondos del Museo Arqueológico y exhibido hasta ahora en la sala de los siglos XVIII y XIX, aparenta ser un gran clavecín de cola, de forma similar a los alemanes del tipo Hass, con aro curvado hacia el final del mueble y tapa, sostenido por siete patas en estípite lisas, trabadas entre sí, y con caja independiente (a la manera de los instrumentos del XVII y XVIII) para permitir su traslado.
Su longitud total es de 243,5 cm. de largo y 97,6 cm. de ancho. En la parte inferior se aprecia un cuerpo de cuatro pedales y dos fuelles cuneiformes de pliegues, en excelente estado de conservación, alojados en un compartimento bajo la caja de resonancia que se accionaban mediante dos rodilleras; la conducción del aire hasta el secreto de la parte organizada del instrumento se conseguía mediante tablones grabados.
La madera es de nogal oscuro. El teclado (Lámina 2), en perfecto estado de conservación, tiene una extensión de 61 notas (GG - g'") y es de palosanto con los sostenidos de hueso macizo; de ellas, las treinta más agudas, es decir, desde el Re3, llevan un estudiado rebaje (Lámina 3) para permitir la pulsación de las válvulas que daban paso a los tubos, ahora desaparecidos y que estuvieron alojados en una bandeja corrediza situada bajo el teclado. Un botón, ubicado en la parte derecha del bastidor general de las teclas, servía para desplazarlo longitudinalmente.
La tapa armónica presenta numerosas grietas que, por fortuna, no presentan aguda gravedad; pegada a ella y enmarcando una elegante rocalla se encuentra la etiqueta que demuestra su autoría: «D. TADEUS TOKNEL /me Fecit in Civitate /Murcíense. Año 7777». Fuera de la rocalla, con tinta algo borrosa, aparece el 20 como número de serie (Lámina 4).
El cordal, en forma de S, corre paralelo al aro curvado. La cordadura, típica de esta época, presenta muchos claros y está dispuesta en grupos de tres, con cuerdas de bronce fosforado en los bajos y de hierro en los tiples. Los tornillos empleados, de cabeza plana, son de acero estampado y no terrajados, iguales a los que se empleaban ya en los pianofortes de la época.
No obstante, la singularidad de este instrumento radica, desde todos los puntos de vista, en los cuatro pedales cuyas funciones pasamos a describir a continuación, numerándolos, de izquierda a derecha, según el observador situado frente a él:
Pedal primero: Acopla una sordina de fieltro que se desplaza en forma de cuña, transversalmente a las cuerdas. Debió servir para dar efecto de lejanía, similar al mecanismo de los clavecines ingleses, conocido como «buff-stop» o «buff-pad», o al «lautewerke» de los alemanes.
Pedal segundo: Conecta el mecanismo de las teclas al desaparecido secreto del conjunto organizado de la máquina, ubicado, como se ha dicho, en el espacio dispuesto bajo el teclado y que en su día albergó las 30 flautas de 1 pie, en madera. Cuando sonaran, podrían ir acompañando, en los tiples, bien al piano o bien al clavecín, a voluntad.
Pedal tercero: Sube o baja la regla de los saltadores para actuar como pedal de «forte e piano». Su efecto es distinto al de la sordina ya descrita más arriba. En este caso se trata, fundamentalmente, de un mecanismo para la expresividad que tan afanosamente buscaban factores e intérpretes.
Pedal cuarto: Es el más complejo e interesante, y en él radica el verdadero ingenio del constructor. Oculta tras una placa de madera atornillada en el lateral izquierdo se halla una palanca de doble acción (Lámina 5) que consigue, simultáneamente, la anulación del movimiento de la parte piano y el desplazamiento lateral del mecanismo de los martinetes para que, de esta forma, sólo pudieran herir una sola de las tres cuerdas del orden. Es decir, cuando actuaba el mecanismo de pianoforte, el maculo golpeaba las tres cuerdas de cada nota a la vez. Si debía actuar como clavecín era necesario un desplazamiento lateral de la regla de saltadores para que sólo fuese herida una de ellas, a la par que debía quedar anulado, como es lógico, el mecanismo de golpeo anterior: la simultaneidad de ambos efectos se conseguía a través de este cuarto pedal.
Es posible que, al pulsar sólo una de las cuerdas del orden, resonasen de forma simpática y no deseada las otras dos y que fuese éste el motivo de la colocación de unas faldillas de fieltro en la regla de los saltadores, con la idea de amortiguarla.
Probablemente, el resultado práctico no estuvo a la altura de las expectativas y fuese esa la razón por la que, acaso por el mismo Tornel, de manera muy cuidadosa y utilizando estrechas gubias, sin llevar a cabo apalancamientos, se eliminaron todas las plumas, sin retirar el eje de basculación.
Cabría también pensar en la reutilización de antiguos saltadores sin uso por parte del maestro (no olvidemos que era un prestigioso constructor de clavecines), para servir exclusivamente al nuevo pianoforte. Sin embargo, esta sospecha es incoherente con el hecho del diseño y construcción de un mecanismo tan complejo como el de la doble leva de desplazamiento lateral y de conmutación de efectos que supone este cuarto pedal.
En cualquiera de los casos, la sola presencia de este instrumento, fruto tanto de la fantasía y de la habilidad técnica de su creador como de la ilustración de la sociedad que podía llegar a demandarlo y destinaba recursos económicos para ello, demuestra una innegable actividad musical en determinados ámbitos de la ciudad y un aprecio por lo «curioso» que traspasaba los límites de lo meramente anecdótico.
